Crítica de la serie Shogun

ゆっくりと進行する政治戦争

El Japón feudal siempre ha sido una ambientación muy atractiva para contar todo tipo de historias. Lo hemos visto en los videojuegos con Ghost of Tsushima o el próximo Assassin’s Creed: Shadows, en películas, sobre todo gracias a Kurosawa en el siglo anterior, o en algunas recientes como El último samurái. Ni qué decir en el anime, con ejemplos como Inuyasha o Rurouni Kenshin. Sin embargo, en el mundo de las series nunca ha habido un gran exponente, a pesar de la reciente Samurái de ojos azules. La cual va, por otro lado, al ser animación, y ya hacía falta algo así en la pequeña pantalla y que estuviera a la altura de las expectativas.

Shogun es una serie basada en la novela homónima escrita por James Clavell y publicada en 1975. Gran parte de la trama está basada en la historia real y cambian detalles como los nombres de los personajes y otros menores. Más tarde se creó la miniserie Shogun en 1980, dirigida por Jerry London y que contaba la misma historia en 5 capítulos. Ahora nos llega otra nueva versión de la historia, en formato serie de 10 capítulos y disponible en Disney +.

El punto de partida de la historia es la llegada de un barco inglés a costas japonesas en el año 1600. Pilotado por John Blackthrone y acompañado de otros cinco marineros. El barco naufraga. Todos son encerrados y uno de ellos asesinado con agua hirviendo. Por otro lado, el Taikō, máximo mandatario del país, ha fallecido y crea un consejo de cinco regentes. Los cuales gobernarán japón juntos hasta que su hijo cumpla la mayoría de edad, como su última voluntad.

Yoshi Toranaga, quien era el favorito del ya difunto Taikō, es el encargado de cuidar personalmente de su hijo. Hecho, que traerá disputas y traiciones, haciendo que Toranaga tenga que irse de Osaka y prepararse para la guerra contra los otros cuatro regentes que aunarán fuerzas entre ellos. Toranaga se encargará personalmente de tratar con el Anjin (piloto en japonés), haciendo de él un Samurái y enseñándole su cultura, a la vez que John le muestra la suya.

Esta dualidad de realidades, occidente y oriente, es de lo más interesante de la serie. Al principio John se muestra completamente perdido ante la actitud de los japoneses y alberga recelo ante todo y todos. Poco a poco, se irá redefiniendo como persona. Sobre todo, gracias a su traductora, Mariko, con quien tendrá una de las tramas mejor tratadas; su relación amorosa.

Es una serie que se cuece a fuego lento. No hay grandes batallas ni escenas de acción, es muy contenida y tendremos extensas conversaciones en japonés. Este tema ha traído algo de polémica, pero me parece perfecto que no se haya doblado el japonés. Si hablasen todos el mismo idioma se perdería la fuerza de la confrontación lingüística y la gran cantidad de veces que se recurre a traductores no serviría para nada. Aunque, un aspecto que no me ha gustado, es que se da por hecho que conoces muchos conceptos de antemano y no te los explican. Haciendo que tengas que recurrir a internet cada dos por tres para saber que significa Kosho, Minowara o Hatamoto.

Mariko en el consejo de regentes

Para continuar con el tema de los diálogos, esta serie no funcionaría tan bien si no fuera por su espectacular elenco de actores. Están todos a un nivel altísimo. Empezando por Hiroyuki Sanada, Toranaga, que consigue imponer el respeto que se ha ganado su personaje solo con una mirada y a la vez mostrarse derrotado en los momentos más duros. Cosmo Jarvis como John Blackthorne y Anna Sawai como Lady Mariko logran transmitir una gran química. La evolución que sufren sus personajes y en la relación que mantienen está representada de manera completamente creíble por parte de los dos actores.

El resto del casting menos protagonista mantiene perfectamente el nivel. Haciéndote creer que, realmente, estás en aquella época en la que el Sepukku, el ritual de suicidio japonés por desentrañamiento, está a la orden del día y donde puedes ser sentenciado a muerte simplemente por quitar un ave podrida que colgaba de una cuerda.

La ambientación está muy cuidada, con unos escenarios que van desde pueblos pesqueros a enormes palacios que lucen genial (aunque, algún croma se deja entrever un poco), con un vestuario fiel al contexto histórico, con grandes armaduras y elegantes trajes en las mujeres de más alta cuna. Todo ello, junto a una onírica banda sonora, te transporta de lleno al siglo XVII y no te suelta hasta que no acabas el capítulo.

Shogun es una serie que tenía las expectativas muy altas tras las grandes críticas que ha tenido. Después de ver los diez capítulos que componen la serie, no puedo estar más de acuerdo con ellas. Sí, no tiene grandes enfrentamientos a espada entre poderosos ejércitos ni duelos bajo un cerezo con las hojas cayendo de fondo. Pero, mantiene una enorme tensión política durante toda la historia, con unos personajes muy trabajados y con mucho trasfondo, con giros de guion imponentes y grandes momentos. Están confirmadas una segunda y tercera temporada y tiene sentido que así sea viendo cómo termina el último capítulo y las múltiples tramas que quedan por cerrar. Así, Shogun se convierte en uno de los grandes estrenos seriéfilos del año y una muestra más de que el Japón feudal está en la cresta del tsunami.

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