Los 100 como concepto.

Ni 2 ni 3, 100.

En los últimos años han surgido un sinfín de producciones que juegan con la temática postapocalíptica y cautivan, instantáneamente, la atención del espectador. Desde zombis y caminantes, hasta astronautas y alienígenas o habitantes de un búnker subterráneo. Sus protagonistas desafían a un entorno hostil, plagado de inconvenientes para la supervivencia y resultan victoriosos frente a lo imposible.

Generalmente, la estrella principal sobrevivirá. Uno de los objetivos de estos proyectos es demostrar la perdurabilidad humana, como si estuviésemos recubiertos por el aceitoso caparazón de una cucaracha, y la resiliencia de nuestra especie. Además de que, si buscan que el público empatice y se encariñe con su personalidad, no pueden eliminar al personaje más importante en el capítulo dos de la primera temporada. 

Se han cubierto todos los tópicos del fin del mundo; un virus que deriva en una epidemia de muertos vivientes, una catástrofe nuclear, un asteroide que fulmina a La Tierra tras el impacto, guerras mundiales, hambrunas, escasez de recursos y pandemias globalizadas (más agresivas y letales, pero menos reales, que el Covid-19). Al punto de que existe una sobreexplotación y sobrepoblación, tanto en el mundo cinematográfico como en la literatura y los videojuegos, de productos con tintes futuristas que pretenden propagar el mensaje de que nuestros antecesores se cargaron el mundo con sus decisiones absurdas y egoístas.

Los 100 es una serie que, para mi gusto, ha envejecido bien. Cuando la reproduzcas por tercera o cuarta vez, comenzarás a hallar inconsistencias, agujeros en la trama o fallos de guion. Pero, para cuando quieras darte cuenta de que es imperfecta, será demasiado tarde. Ya te habrás enamorado de su universo, sus rencillas y sus personajes. 

No fue pionera en adentrarse en el sendero de baldosas amarillas que es la ficción postapocalíptica. Ofrecía una premisa sencilla; un grupo de cien delincuentes juveniles que serían enviados a La Tierra como medida desesperada y, contra todo pronóstico, sobrevivirían. Estaba enfocada a una audiencia joven. La cadena que la retransmitía; CW en Estados Unidos, era reconocida por elaborar series para adolescentes. Pero, los 100, es mucho más que capítulos compuestos para mentes de quinceañeras.  

El eje central de la serie no es el romance, el valor de la amistad, la unidad, el drama o el misterio, sino la supervivencia. Cuestiones como; no si el ser humano sobrevivirá, sino si merecerá hacerlo. Intrincados debates sobre quiénes son los malos y quiénes los buenos, en qué nos convertimos cuando tomamos las mismas determinaciones que nuestros enemigos, cuándo el liderazgo deja de ser solidario y democrático y se torna en tiranía, cuándo el poder ciega por completo a sus representantes y se disfrazan de reinas rojas.

Al principio, se nos presenta a unos personajes muy inexpertos, planos y verdes, a falta de una palabra mejor. Para entender mejor las motivaciones, los giros y los desarrollos de cada personaje harían falta varios artículos individuales analizando sus múltiples caras, vértices y aristas. Por ejemplificar de algún modo y nombrar a algunos de ellos, tenemos a:

  • Finn. Es un caminante espacial que malgastó el oxígeno de un mes para que su novia pudiera conocer la gravedad cero. Un pacifista e idealista, generoso y altruista con sus amigos. Defensor de la idea de que, aunque sus antepasados construyesen bombas y ellos las usasen para volar los cimientos de un puente, que había sobrevivido a una guerra nuclear, frenarían el conflicto gracias ello. Finn buscaba la paz para los suyos, creía en un mundo sin muerte y heridas infligidas por arma blanca, pero, cuando la persona que más le importaba desapareció, se transformó en la antítesis de cuanto se nos había presentado de él hasta la temporada uno.
  • Marcus Kane. Su única aspiración real a los comienzos de la serie es asegurar la supervivencia de la raza humana por encima de todo, seguir las reglas, aunque esto implique ejecutar a sus propios amigos, llegar a ser canciller y mantener el orden en el Arca. Sin embargo, conforme avanzan los capítulos, demuestra ser un hombre de principios y palabra. No llega al extremo de sacrificar cuánto se interpone en su camino para lograr el éxito. Al concluir la primera temporada ya se ha redimido.
  • Clarke Griffin. De ella podría escribir cuarenta páginas y no cansarme. Puede notarse que es mi personaje favorito. Clarke es la salvadora. Es a quien todos recurren cuando tienen un problema, un plan o una idea tan arriesgada y suicida como adecuada. Es imprescindible por sus conocimientos en medicina, por su temple, su paciencia y, en ocasiones, por su objetividad. Este personaje pasa por ochocientos altibajos; se equivoca y se redime, traiciona a alguien y después le salva la vida, toma decisiones por el bien común y se arrepiente. Se mantiene una virtud constante y esa es que siempre hará lo que sea necesario para que los suyos sobrevivan.

Esto me lleva a otro punto muy positivo y válido de Los 100; la evolución de personajes. Casi todos los personajes, excepto los secundarios que no tienen relevancia en la trama, sufren una transformación impresionante. Si empezaste a ver la serie en la temporada uno y la acompañaste hasta la siete, esos personajes crecieron contigo. Yo me uní a Skaikru cuando la temporada cuatro empezaba a retransmitirse y, a pesar de que no me guste especialmente la ciencia ficción, la serie me obsesionó de principio a fin.

Puede que sea una propuesta poco atractiva en este mundo digital sobrepoblado de contenido, pero tiene un algo que la convierte en única. No sé si son sus personajes, sus historias, sus escenarios o sus aventuras. El caso es que, aunque no sea, ni de lejos, la serie mejor grabada, producida, escrita y actuada, para mí siempre será una de mis favoritas por todo lo que me ha aportado, enseñado e inspirado.

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