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Portada de Eduardo Manostijeras

Retro-Crítica de Eduardo Manostijeras

Eduardo Manostijeras es una película de 1990 dirigida por Tim Burton y protagonizada por un jovencísimo Johnny Depp, como Edward, y una radiante Winona Ryder, como Kim. Depp y Ryder se convertirían, según se mire, en las musas privadas o en las gallinas de los huevos de oro de Tim, ya que aparecen en varias de sus obras. En especial, Johnny, que ha colaborado ni más ni menos que en ocho ocasiones con Tim Burton.

Tim Burton es un director, cuya imaginación, no tiene nada que envidiar a la creatividad y dotes imaginativas de Eduardo Manostijeras. Posee un ojo único para crear ambientes góticos, oscuros y tenebrosos y pasar, de un segundo al otro, a espacios cálidos, coloridos, de tonalidades suaves y pastel. Le gusta meterse en el fango de lo incómodo, lo que se considera poco agradable de ver, lo descuidado y lo raro. Y, a mí me encanta que le guste. Ha conseguido lo que muchos otros se pasan la vida entera intentando; establecer su propio estilo y que, cuando alguien vea uno de sus proyectos, lo asocie rápidamente con él.

Eduardo Manostijeras

Eduardo Manostijeras no es humano, sino un invento. Su creador buscaba la compañía de otro ser en su fría y solitaria mansión de la colina. Al igual que Geppetto cuando fabricó a Pinocho y trató a la marioneta como si fuera su hijo. El inventor de Edward buscaba compartir su sabiduría, educarle en los modales humanos, leerle libros cultos, instruirle en etiqueta y en enseñarle a ser una buena persona. A Edward le cuesta aprender, pero paulatinamente va comprendiendo e interiorizando las lecciones de su figura paterna.

Edward es un ser artificial. No sabemos si debajo de sus ropajes negros se esconde un cuerpo humano o extremidades robóticas. Lo que sí está claro es que tiene un gran corazón. El inventor le regala un par de manos por Navidad, ya que Edward no tiene manos humanas, sino cinco pares de tijeras en cada brazo, pero muere antes de poder dárselas. El anciano cae inerte a los pies de su único compañero y las manos, de algún material blando, se clavan en las tijeras de Edward, haciéndose añicos. Intenta despertar a su padre o mentor, abriéndole dos cortes accidentales en la mejilla y en la frente, pero el hombre no se levanta. Edward pasará los próximos años del mismo modo que vivió su creador, solo y triste entre las ruinas y los arbustos esculpidos de aquella mansión.

Su apariencia es extravagante e hipnótica. Edward realiza movimientos de robot, expresiones de androide y, aunque su formación sea humana, no actúa como un humano común y corriente. Verle comer es uno de los momentos más lamentables. Sentado a la mesa familiar, intenta sostener con desesperación la cuchara sopera y el tenedor. Al final se rinde y con la punta de la tijera pincha una zanahoria. Los hijos de Peg le miran embobados y ella les riñe por su falta de tacto. Edward está tan concentrado comiendo que no se da cuenta de nada y, aunque hubiese notado sus miradas, no habría entiendo por qué le contemplaban como peces boquiabiertos. Me vuelvo a sorprender del talento que tiene Johnny Depp con sesenta años y del que ya hacía gala en su juventud.

Su rostro es pálido, marcado por sendas cicatrices que él mismo se ha infligido con las cuchillas de sus tijeras. Los labios negros están encogidos en un mohín y sellados en una línea firme. Los ojos rodeados por dos enormes círculos oscuros y perfilados por semejantes ojeras. En realidad, todo son efectos de maquillaje, pero en la película es su aspecto natural. Edward parece una muñeca con esa apariencia fija e impertérrita y, a fin de cuentas, es de lo que se trata. Eduardo Manostijeras es un muñeco viviente. Me recuerda al maquillaje de la Reina Roja (Helena Bonham Carter) en la película de Alicia en el País de las Maravillas, también dirigida por Burton, donde Johnny Depp interpreta al Sombrerero.

El cabello de Ed es desastroso y un revoltijo. No es de extrañar para un peluquero en ciernes, que hace cortes tan experimentales como rapar la mitad de la cabeza y dejar que el pelo caiga por ambos lados. Cuando su creador vivía, estaba bien peinado. Sin embargo, después de quedarse solo con las telas de araña y la luz nocturna como única compañía, su aspecto se convirtió en el del niño que ha sido abandonado a su suerte en la selva y ha tenido que aprender a sobrevivir.

La trama

La película comienza con una anciana contándole a su nieta, que ya está arropada en la cama, la historia de un hombre que tenía tijeras en vez de manos. Transcurrió en un barrio asquerosamente americano, que podría situarse en la década de los sesenta, muy similar a la zona a la que se traslada la familia Emory en Them Covenant. Las casas eran de una tonalidad pastel, los coches también, los jardines estaban pulcramente podados y limpios y las calles intactas, libres de corrupción y vandalismo. Los maridos se iban a trabajar a la misma hora y las mujeres se pasaban el día entre labores domésticas y cotilleos. Tenemos desde la esposa extremadamente religiosa, exponiendo velas con imágenes de Cristo en las ventanas y cruces esparcidas por la casa, hasta la que está casada, pero le gusta flirtear con cualquier hombre que llame a su puerta.

Todo ello genera un ambiente de perfección, como si fuera un mundo prefabricado, que me resulta enfermizo y vomitivo. Ya me dirás tú dónde encaja Edward en un entorno tan opuesto al suyo. La mansión en la que reside Eduardo Manostijeras es como la casa de Winter River de Beetlejuice. Es la típica construcción que tiene una verja de varios metros de altura y con carteles de “Prohibido Entrar” por doquier. Los vecinos ni se atreverían a cruzar los límites de la reja o del bosque que enmascara la vivienda de Edward. Pero, una vez has atravesado lo terrorífico, te encuentras con un jardín majestuoso, repleto de hierba verde y arbustos tallados con curiosas formas de animales y dinosaurios. El interior de la mansión vuelve a dar miedo, porque está destartalada, vieja, sucia e invadida por las telas de araña y los cascotes derrumbados.

Edward ha permanecido solo durante una cantidad indeterminada de tiempo. Hasta que, Peg Boggs, la vendedora más testaruda a puerta fría de Avon, harta de que nadie compre sus productos, decide colarse entre los barrotes y aventurarse por la mansión que parece abandonada. Sinceramente, cuando vi la película, me pregunté si le estaban haciendo publicidad a Avon o si, al Peg utilizar las cremas para ayudar a Edward a cubrir sus cicatrices y que los potingues no sirviesen para nada, se trataba de una crítica o comentarios con connotación satírica.

Peg hizo todo lo posible para integrar a Edward al comienzo de la película.

Peg se encuentra con Edward agazapado en un rincón del ático. Toma la decisión de llevárselo a casa y de acogerlo como a un hijo más. En el breve recorrido entre la mansión y la casa de los Boggs, podemos ver a las vecinas agolpándose en las ventanas y empezando a telefonearse histéricas las unas a las otras para averiguar quién es el copiloto de Peg.

Edward llega al hogar familiar como un marciano a La Tierra. Peg le deja en la habitación de su hija, Kim, que está de viaje, para que se acomode. Él lo examina todo con ojo crítico y se viste como puede con unos ropajes que hay por el suelo. Toca el colchón de agua con la punta de su dedo-tijera y un chorro de líquido le golpea en la cara. ¿A quién se le ocurre dar una cama de agua a un chico que tiene tijeras por manos? Solo a las luces inexistentes de la familia Boggs.

El vecindario se vuelve loco con la nueva incorporación de Edward. Al ser un aspecto nuevo en sus aburridas y rutinarias vidas, les maravilla y les fascina. Las esposas molestan a Peg para que comparta a Eduardo Manostijeras y la acusan de estar acaparándolo o escondiéndolo. Al principio, Peg, se muestra reacia a invitar a sus vecinos a casa. No sabe qué pensarán de Edward o qué efecto causarán en él, pero se encuentra en un callejón sin salida. Sus vecinas y amigas se autoinvitan a una barbacoa que no estaba planeada. A Peg no le queda más remedio que seguir con la parafernalia.

Para lo amenazador, extraño o diferente de su aspecto, Edward es sorpresivamente servicial. Aquí empezamos a conocerle más a fondo. Eduardo Manostijeras es un ser inocente, que no alberga maldad en su interior. Su creador le implanto con esmero el conocimiento de amar a sus seres queridos y protegerlos. Edward hace todo lo que le piden sin rechistar y no le niega nada a los Boggs. Joyce Munroe le dice que es excepcional. Este concepto me resulta muy molesto e hipócrita, porque es el modo que tienen de llamar especial a algo que, antes, les parecía raro y que, incluso, les asustaba. En cuanto lo escuché, supe que, en el momento en que Edward dejase de acceder a sus peticiones o cambiase de comportamiento, volverían a catalogarlo como un monstruo.

Kim retorna de su viaje y se topa con la inquietante sorpresa de que hay un inquilino en su habitación. Edward se asusta por los gritos de Kim y termina de pinchar el colchón de agua (obviamente). En un primer momento, no le agrada la presencia de Edward y se enfada con su madre. Ed, sin embargo, se enamora de ella a primera vista. Kim tiene un novio desagradable, estúpido y muy quarterback americano, llamado Jim. A Jim no le gusta nada Edward. Odia desde sus afiladas tijeras hasta su rostro pálido.

Las cosas no van mal para Eduardo Manostijeras. De vez en cuando, poda los setos del vecindario y les deleita con figuras espectaculares, les corta el cabello a las vecinas y a sus mascotas y no cobra ni un solo céntimo por ello. Bill Boggs, cuñado donde los haya, le recomienda que empiece a cobrar por su trabajo, ya que para ganarse la vida hace falta dinero. Ed, ni sabe lo que es el dinero ni le interesa. Su personaje está por encima del capitalismo y de las nociones del egoísmo humano. Esta es otra prueba de que es un ser desinteresado, que no cree en el principio de hacer algo esperando otro favor en retorno.

El momento en el que se conocen Edward y Kim es de los más graciosos de toda la cinta. Esa cama de agua se veía que no era buena idea desde el principio.

Todo se tuerce tras dos eventos. El primero tiene lugar cuando Joyce conduce a Edward a un nuevo establecimiento, en el que planea abrir una peluquería. Le enseña todos los artilugios, donde colocará el mostrador y el almacén. Joyce le lleva a la trastienda y se prueba unos batines para que Ed le dé su opinión. Empieza a desvestirse y se abalanza sobre Edward con obvias intenciones. La silla sobre la que él estaba sentado se vence por el peso y Edward sale corriendo en cuanto ve la oportunidad. Tras ese rechazo tan humillante, Joyce divulga por el barrio el rumor de que Edward se propasó con ella e intentó atacarla. A los vecinos ya no les parece tan excepcional y se aproxima a velocidad creciente al apodo de monstruo.

El segundo evento es la encerrona que Jim y sus amigos planean para Kim y Edward. Aunque, Kim es cómplice. Quieren robar dinero de la casa de uno de sus padres para comprarse una furgoneta. Necesitan a Edward para que abra la cerradura con sus tijeras y salga con el botín. Sin embargo, todos menos Kim sabían que, en cuanto Ed pusiera un pie en la casa, saltaría la alarma, la puerta se bloquearía y se enviaría un aviso a la policía.

Edward es detenido y encarcelado. Le liberan por considerarle enajenado, aislado durante demasiado tiempo y con escaso conocimiento del bien y el mal. El policía le aconseja que se mantenga alejado de conflictos para que no tenga que volver a buscarle. Ed no delata en ningún momento a Kim y sus amigos. Los encubre. En una escena tan desgarradora como indignante, Kim le pregunta a Edward por qué accedió al robo y él responde; “porque tú me lo pediste”. Los sentimientos de Kim, que ya eran conflictivos y enmarañados, comienzan a virar hacia Edward. La hija de los Boggs empieza a sentir algo más que amistad por Eduardo Manostijeras y, a estas alturas, es la única que le conoce y le ve por quien realmente es.

Llegan las navidades y se produce la icónica escena de Edward puliendo una estatua de hielo y Kim bailando bajo la nieve resultante de la operación. Kim se acerca a Edward y ambos son sorprendidos por Jim, lo que provoca que Ed golpee sin querer con su tijera la palma de la mano de Kim. Jim expulsa a Edward a los gritos de «monstruo» y le dice que no puede tocar nada sin destruirlo. Kim, que se ha cansado de las tonterías de su novio, rompe con él. Edward huye muy afectado. Corta las ropas con sus tijeras, volviendo a su aspecto original. Por el camino va destrozando lo que se encuentra; desde las llantas de algún coche, hasta esculturas que él mismo ha podado. Los vecinos se rearfiman en su creencia de que Eduardo Manostijeras es un perturbado y un maniático y llaman a la policía.

Peg y Kim mantienen una conversación que me hizo sentir repulsión y rabia al mismo tiempo. Peg le confiesa a su hija que se arrepiente de haber traído a Edward a su casa y que piensa que él habría estado mejor en su mansión. Expresa que, cuando tomó la decisión de acogerle, no valoró el tsunami de consecuencias que aquello provocaría en su familia y el vecindario. Peg solo quiere que Edward se encuentre a salvo y sabe que ya no lo está en su hogar. Aun así, me molestaron sus palabras por dos razones; una, Edward jamás le pidió que le sacase de la mansión de su creador, y, dos, después de utilizarle a su antojo, como si fuera una herramienta más que un huésped o un miembro adicional de la familia, le dan la patada.

Edward escapa como puede de las luces rojas y azules y termina volviendo a casa de los Boggs. Los Boggs han salido a buscarle, menos Kim que se ha quedado en casa por si volvía. Kim le pide que la abrace y él se niega, argumentando que no puede. En realidad, teme herirla. Kim rodea con sus manos el frágil y robótico cuerpo de Ed y él le devuelve el abrazo. Este habría sido un final de cuento de hadas, pero como a Jim no le pega aceptar un no por respuesta y está muy celoso de Edward, le pide a su amigo, que se encuentra en un profundo estado de embriaguez, que le lleve a casa de su exnovia.

Llegan conduciendo en zigzag por la carretera. Edward y Kim salen. Ella se queda en la acera, mientras que él se abalanza sobre el hermano pequeño de Kim para salvarle de un atropello inminente. Al intentar comprobar si se encuentra bien, le provoca cortes en el rostro sin querer y el niño se asusta. Los vecinos salen de sus casas y, a lo lejos, se escuchan las sirenas de policía. Kim le pide a Edward que huya.

Eduardo Manostijeras enfadado
El primer momento en el que Edward muestra ira. Recuerda mucho a Lobezno, aunque este último se enfada con más facilidad.

Edward se va al único lugar que conoce en el mundo; su mansión en la colina. El policía le persigue y lanza tres disparos al aire. Cuando resurge de la vegetación y la maleza, les asegura a los vecinos que Edward está muerto. Esta parte al principio no la entendí, porque pensé que le había matado de verdad. Luego comprendí que fingió asesinarle para que las gentes de aquel lugar le dejasen en paz y sentí admiración por aquel policía sin nombre.

Los residentes del barrio tienen la inteligencia de una pulga y la tozudez de una mula, así que se cuelan en la mansión para buscar a Edward. Kim les saca ventaja y va a advertirle, pero él ya sabe que aquellos aldeanos enfurecidos van a por él. Para complicar aún más las cosas, aparece Jim con una pistola. Jim y Edward se enfrentan. Kim ayuda a Edward, golpeando a Jim con una tabla de madera en la cabeza. Jim cae a plomo al suelo y, cuando se pone en pie, empuja a Kim. Edward la protege, apuñala a Jim en el estómago con sus tijeras y arroja su cuerpo por la ventana.

Kim y Edward se despiden, conscientes de que les queda poco tiempo. Se besan y Kim le dice que le quiere. Los vecinos están llegando a la entrada de la ruinosa mansión. Kim sale con un repuesto de mano-tijera y les explica a todos que Jim y Edward se han peleado y han acabado matándose el uno al otro. Los vecinos ven el cadáver de Jim y el brazo de Ed y para ellos es suficiente. Se marchan del lugar y no volverán a ver a Eduardo Manostijeras jamás.

La anciana termina de relatarle el cuento a su nieta. La niña le pregunta si volvió a ver a Edward. Su abuela le responde que no, pero que, a veces, todavía baila bajo la nieve. Desde aquella primera ocasión y el día en que Edward se fue, todos los años nieva. En la última escena, con la nostalgia de la Kim anciana grabada en nuestros corazones, vemos a Edward cortando esculturas de hielo en el ático de la mansión y fabricando nieve.

La moraleja

Se podrían extraer varias moralejas de aquí; como que el amor entre un humano y un robot es imposible, que un ser artifical no puede acoplarse a la sociedad o que los humanos son muy hipócritas. Ninguna de ellas fue la que llamó mi atención.

La reflexión que extraje fue que por eso los monstruos están mejor solos. El Edward del principio no estaba bien. Era un ser triste, perdido y solitario, pero al menos se encontraba en paz. Cuando Peg le rescata de aquel horrible destino, Ed conoce otra vida y se adapta a la pequeña sociedad del vecindario. A su llegada, le reciben como si fuera la octava maravilla del mundo y le piden todo tipo de favores. Edward no les niega nada y se lo pagan traicionándole y volviéndose en su contra, en lugar de escucharle o tratar de averiguar qué ha sucedido. Es el clásico refrán de; «cría cuervos que te sacarán los ojos«. Los vecinos son como esa panda de cuervos o buitres carroñeros a los que Edward no les importa. Solo les interesa la novedad.

Cuando Edward pasa a ser noticias viejas y se dan cuenta de que la plata que no es auténtica se oxida, se aferran a sus odiosas costumbres y al conocimiento de que todo lo que se salga de la norma es malo por naturaleza. Los únicos que no entran completamente en ese juego son los Boggs. Pero, Edward, que no es humano y nunca lo será, nació siendo un monstruo, vivirá siendo un monstruo y, algún día, morirá con su monstruosidad. En este caso, podemos entender la palabra monstruo como un sinónimo de incomprendido y diferente.

La vida no es fácil teniendo tijeras por manos. Es hacer daño sin querer, tanto a ti mismo como a la gente que te rodea. Tú no puedes evitar ser quién eres y no deberías tratar de repararte cuando no estás roto e, incluso, aunque lo estés. Tus seres queridos te amarán y no tendrás que cambiar ni un ápice de los átomos que componen tu identidad. Lastimosamente, Edward no encontró a esos seres queridos después de la muerte de su inventor. Los habitantes del área le demostraron que sus temores no eran infundados. Yo me reafirmé en mi convicción de que, a veces, es difícil diferenciar quién es el monstruo y quién es el ser humano.

Hacía mucho tiempo que no me enfadaba tanto con una película. Ha habido momentos que me han provocado impotencia y cólera en cantidades ingentes. Aunque, eso no es algo malo. Película buena de verdad es la que te hace sentir un arcoíris de emociones, una montaña rusa de ideas y un vacío en el corazón cuando se termina. Eduardo Manostijeras tiene todo eso sin necesidad de esforzarse demasiado.

Además de la empatía y el cariño maternal que despierta Edward, es un ser inocente en todas sus carátulas. Desde que llega hasta que se marcha despavorido, no hace otra cosa que no sea ayudar, complacer y participar en lo que le piden los vecinos. Ya hemos estipulado que la gente se muestra muy receptiva y conforme con Edward, hasta que se empieza a comportar de una forma que ya no les convence tanto.

Mi enfado en la película (que no con la película) está relacionado con que Edward tenga que experimentar esa cara despreciable de la humanidad. Me molesta que se aprovechen de él, que le utilicen y que quieran ejecutarle. Edward no les ha hecho ningún mal por voluntad propia. El hecho de que le apuñalen por la espalda en varias ocasiones, que Kim no le defienda como es debido hasta el final y que la familia que le acogió le falle estrepitosamente, son algunas de las cosas que me revolvieron el estómago.

Creo que la intención de Tim Burton era contar esa historia y enviar un mensaje concreto. Pega justo en mezclar lo raro con lo que se concibe como normal en una especie de experimento y observar como reaccionan los sujetos. La mayoría de veces ocurrirá lo mismo que en Eduardo Manostijeras. Al principio, lo raro será recibido con emoción y curiosidad, como un regalo en la mañana de Navidad, pero con el tiempo se transformará en algo común, conocido y puede que aburrido. Cuando las personas se cansen de la novedad, lo desplazarán a un segundo plano y comenzarán a sacarle defectos. Y ese ciclo se repetirá hasta que llegue otra cosa nueva a sus vidas.

Pero, hay otra posibilidad. Una, que quedó en mi subconsciente. En algún espacio remoto, Edward y Kim podrían haber sido felices juntos, Ed tendría su peluquería o aceptaría ir a la consulta de un médico por la cuestión de sus tijeras, la familia Boggs sería feliz y particular y cada vecino se ocuparía de sus asuntos. Sin embargo, no estamos hablando de una utopía, sino del universo que surje de la mente de Tim Burton y el final que le da a esta cinta me parece perfecto, fiel y real a su premisa.

Autor

  • Avatar de Marina - Wanheda de Los 100

    Mi abuelo me compartió el amor por la escritura. Sus manos ancianas me enseñaron que para escribir hacen falta dos cosas; corazón y verdad. Ya lo dijo Stephen King: "escribe sobre lo que sabes que es cierto". Así, aprendí que la inspiración es el mayor regalo y maldición de un escritor. Hay dos cosas que vería y leería en bucle para el resto de mi vida y son; Harry Potter y Los 100.

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